Azorín, uno de los escritores representantes de la llamada
Generación del 98 es considerado como un maestro del
impresionismo descriptivo. Sus descripciones son minuciosas, llenas de detalles. Para lograrlo, emplea un buen número de adjetivos, muchas veces enlazados entre sí.
Puedes comprobarlo en el siguiente fragmento de una de sus novelas:
"Yo aparto mi vista, al fin, de estas laderas, de estas cumbres radiantes, de esta bóveda azul, y me apresto a escribir. Son las ocho de la mañana; esta es la hora en que la pequeña ciudad comienza a vivir. Ya han sonado allá abajo, en la iglesia, las primeras campanadas graves, profundas, de misa mayor; las herrerías ya están cantando; un gallo cacarea a lo lejos con un grito fino, metálico; el carpintero golpea de tarde en tarde con su mazo sonoro. Este es el momento en que todos los ruidos, todas las luces, todas las sombras, todos los matices, todas las cosas de la ciudad tornan a entrar, tras la tregua de la noche, en su armoniosa síntesis diaria. ¿No sentís vosotros esa concordancia secreta y poderosa de las cosas que nos rodean? ¿No veis en esta pequeña ciudad una vida tan intensa, tan bella como la de las más grandes y tumultuosas urbes del mundo? Todo merece ser vivido en la vida; no hay nada que sea inexpresivo, que sea opaco, que sea vulgar a los ojos de un observador."
Hemos vuelto a copiar el texto con todos los adjetivos subrayados para que tengas una visión rápida y global del uso que Azorín hace de ellos. El escritor quiere mostrarnos aquello que él percibe por los sentidos en un momento y lugar determinados; pero no lo hace exclusivamente de manera objetiva, sino que consigue plasmar sus sentimientos sobre esa realidad.
Y, para lograrlo, se basa, principalmente, en el uso de abundantes adjetivos:
"Yo aparto mi vista, al fin, de estas laderas, de estas cumbres radiantes, de esta bóveda azul, y me apresto a escribir. Son las ocho de la mañana; esta es la hora en que la pequeña ciudad comienza a vivir. Ya han sonado allá abajo, en la iglesia, las primeras campanadas graves, profundas, de misa mayor; las herrerías ya están cantando; un gallo cacarea a lo lejos con un grito fino, metálico; el carpintero golpea de tarde en tarde con su mazo sonoro. Este es el momento en que todos los ruidos, todas las luces, todas las sombras, todos los matices, todas las cosas de la ciudad tornan a entrar, tras la tregua de la noche, en su armoniosa síntesis diaria. ¿No sentís vosotros esa concordancia secreta y poderosa de las cosas que nos rodean? ¿No veis en esta pequeña ciudad una vida tan intensa, tan bella como la de las más grandes y tumultuosas urbes del mundo? Todo merece ser vivido en la vida; no hay nada que sea inexpresivo, que sea opaco, que sea vulgar a los ojos de un observador."